jueves, 12 de febrero de 2009

El día de Darwin


Hoy se celebra un doble acontecimiento con un mismo protagonista: Charles Darwin. En 1859, hace 150 años, publicaba su famosa obra "El origen de las especies", y hoy, 12 de febrero, hace dos siglos, el naturalista inglés venía al mundo. El Día y el Año de Darwin se celebra en todo el mundo para honrar al padre de una teoría que hoy día sigue siendo cuestionada y hasta atacada. Sin embargo, la evolución es un hecho, aunque la teoría se vaya modificando gracias a los últimos avances científicos.

Desde un punto de vista medioambiental, la evolución nos debería hacer reflexionar sobre el actual deterioro del medio ambiente, ya que nos recuerda que todos los seres vivos, incluidos los humanos, estamos relacionados y dependemos de la naturaleza y sus mecanismos de funcionamiento.

Hoy en día habría sido un becario de investigación. El icono universal de un Charles Darwin (1809-1882) anciano con una larga barba blanca tenía en realidad 23 años cuando emprendió a bordo del Beagle un viaje de cinco años alrededor del mundo. Las duras condiciones de su estancia en este buque y los constantes mareos del joven naturalista merecieron la pena: sus descubrimientos de fósiles y su paso por las islas Galápagos, frente a las costas de Ecuador, le sirvieron para concebir una teoría que desvela los orígenes y los cambios de todos los seres vivos que habitan el planeta y su relación con la naturaleza.

Darwin nos regaló un gran álbum familiar en el que aparecen relacionados todos los seres, incluidos los humanos, del pasado y del presente de la Tierra. La evolución implica un mismo origen, una especie de la que surgieron todas las demás: todos somos parientes, al provenir de antepasados comunes que se fueron transformando y diferenciando con el transcurso del tiempo. Por ello, no es correcto decir que el hombre viene del mono, pero sí que ambos tienen antepasados comunes.

En el devenir temporal de la evolución, la sucesión de organismos evidencia la transición de unas formas a otras. Por ejemplo, el Archaeopteryx, un animal que vivió hace unos 150 millones de años, delata el paso intermedio entre reptiles y aves. Del tamaño de un cuervo, este animal poseía plumas, pero su anatomía era similar a la de algunos dinosaurios bípedos de su tamaño. Y en nuestro propio cuerpo también podemos encontrar rastros de nuestra propia evolución. Por ejemplo, el órgano que hoy día parece sólo útil para provocar la dolorosa apendicitis es un vestigio de una época en la que nuestro intestino era más largo para soportar una dieta eminentemente herbívora.

La evolución supone unos mecanismos de transformación y relación con el entorno que explican estos cambios y la gran variedad de especies que habitan el planeta. Uno de estos mecanismos, que popularizó Darwin en su teoría, es la selección natural. Ante unos recursos naturales limitados, los individuos con alguna característica que mejore su capacidad de explotarlos tendrán más posibilidades de reproducirse que sus congéneres. Si esta característica es heredable, sus descendientes se expandirán, de manera que, al repetirse este proceso de una generación a otra, la mayoría de la población poseerá dicho carácter beneficioso, transformándose en el proceso. Por su parte, la formación de nuevas poblaciones aisladas, y el efecto de la evolución a lo largo del tiempo, dará lugar a nuevas especies.

Ahora bien, el azar no es el impulsor de la evolución. Si bien todas las mutaciones genéticas suceden al azar, sólo las beneficiosas para el organismo son seleccionadas y perpetuadas a través de las generaciones.

Asimismo, todos los seres vivos continúan evolucionando, lo que supone que su estado actual no es inalterable. Y por supuesto, también los seres humanos. De hecho, en los últimos 40.000 años de evolución humana, la selección natural lejos de pararse, se ha acelerado. Algunos hablan incluso del "Homo evolutis", un "Homo sapiens" modificado por la ingeniería genética o la robótica.

0 comentarios: